Por: Jaime Mirón
Una y otra vez en su libro, Juan resalta tres pruebas principales para «probar los espíritus». Las tres deben estar presentes para que determinado grupo sea considerado auténtico. No es suficiente que un grupo exhiba una o aun dos de estas marcas sino que, según el apóstol Juan, las tres juntas dan la pauta de una verdadera iglesia. Al mencionar estas pruebas, es importante distinguir entre una iglesia separatista —o tal vez un poco rara— y una secta. Además, ciertas iglesias o grupos comienzan bien pero paulatinamente se convierten en sectas y lo manifestarán en alguna de las tres áreas. Las tres pruebas son la teológica, la moral y la social.
1. La prueba teológica. Esta prueba tiene que ver mayormente con Dios Hijo, Jesucristo. Me gustaría poder afirmar que las otras dos automáticamente surgen de la prueba doctrinal (como si doctrina correcta siempre llevara a comportamiento correcto) pero no es necesariamente cierto. Todos conocemos a personas o grupos enteros cuya doctrina es intachable y sin embargo hay frialdad, chismes, rencor, amargura y hasta odio hacia otros hermanos en Cristo. Esto no significa que la doctrina no sea importante porque nadie puede ser un verdadero cristiano sin creer que Cristo es lo que la Biblia declara que es. Sin embargo, simplemente asentir una declaración doctrinal ortodoxa nunca equivale a conocer al Salvador. «Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:20).
Las preguntas para probar al grupo teológicamente son: ¿Quién dicen ellos que es Jesucristo? Según esa doctrina, ¿qué debe hacer uno para ser salvo? (Hechos 16:30). Juan declara que el verdadero cristiano tiene que confesar al Hijo (1 Juan 2:23). Confesar literalmente significa estar de acuerdo o decir la misma cosa. Si el grupo que investigamos cree la verdad, deberá decir acerca de Jesucristo lo mismo que la Biblia declara sobre Él: que Cristo es Dios (Col. 2:9), que murió por nuestros pecados (Ro. 4:25), que la salvación se encuentra solamente en Él (Hechos 4:11–12) y es un regalo de Dios (Ro. 6:26) pero no consecuencia de obras humanas (Tit. 3:5).
En las sectas existen varias maneras de «negar al Hijo». La primera manera es negar directamente en su doctrina escrita que Jesús sea el único Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador del mundo. Es lo que hacen los Testigos de Jehová. Otra manera de «negar al Hijo» es negar la eficacia de la obra de Jesucristo en la cruz. Una forma de hacerlo es la enseñanza de un sistema de obras para alcanzar y mantener la salvación. Numerosas sectas nuevas imaginan que uno tiene que hacerse digno de la salvación realizando obras humanas. Es notable que Jesús afirma:
«… no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento»
(Mateo 9:13)
Otra forma común de negar al Hijo, es agregar obras humanas al plan de la salvación: Cristo + otra cosa. Una iglesia cerca de casa alega que uno no es salvo si no se bautiza en esa iglesia. En un caso extremo, una mujer nos escribió atribulada porque su iglesia la había puesto bajo disciplina pues estaba en peligro de «no heredar el reino de Dios» porque llevaba un vestido verde, un color prohibido por el pastor. Es sólo un ejemplo de no confiar en Cristo para la salvación sino en algo externo, en un sistema de obras humanas.
Sin embargo, existe otra manera más sutil de negar al Hijo. Muchas sectas al principio intentan convencer al interesado de que su doctrina es ortodoxa, mientras por otro lado ocultan su doctrina de la salvación —algo que a menudo hacen los mormones. Sólo cuando uno alcanza «cierto nivel» descubre los grandes secretos de lo que en verdad es esa falsa doctrina.
«Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató…»
(2 Pedro 2:1)
2. La prueba moral. La confesión de que Cristo es el Hijo de Dios, el Mesías, el Ungido es tanto una verdad inalterable como algo práctico y personal en la vida de una persona. Con relación a la prueba moral, Juan nos exhorta: «Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él» (1 Juan 2:29). La membresía en la familia de Dios se hará evidente porque el creyente se va conformando más y más a la imagen del Hijo de Dios (Ro. 8:29). Por otra parte, la doctrina falsa conducirá a comportamiento hipócrita y vida falsa: «Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan…» (Tit. 1:16).
La prueba moral, entonces, consiste en preguntar: ¿Es gente santa? ¿Hay obediencia a la Escritura o acaso obediencia a una creciente lista de mandatos humanos? Existe una investigación adicional que uno puede hacer: Estudiar la vida de los fundadores y actuales líderes del grupo o iglesia. ¿Vivieron o viven una vida de santidad bíblica?
En cuanto a sus amigos y conocidos ya involucrados, pregúntese cómo les ha afectado la asistencia a este grupo en sus relaciones con Dios. ¿Los hace más conforme a la imagen de Cristo? La parte que ellos tienen con el grupo, ¿hace que Cristo sea más y más indispensable o los hace cada vez más subordinados a la iglesia? ¿Dan gloria a Dios, a un hombre o al grupo? Finalmente, preguntémonos sobre la actitud que ellos tienen hacia la Escritura. ¿Los induce a pasar tiempo en la Biblia de una manera práctica, o simplemente a memorizar ciertos pasajes que apoyan las creencias del grupo sectario?
No nos confundamos cuando al entrar en un grupo extraño una persona comienza a estudiar la Escritura más que antes. Al cambiar de ciudad por razones del empleo, unos amigos buscaron y hallaron una congregación cerca de su nueva casa. Era admirable el nuevo celo y el tiempo que pasaban estudiando la Biblia. Sin embargo, notamos una diferencia nada positiva en sus actitudes. Rehusaban llamarse «cristianos» para no ser confundidos con cualquier otra iglesia. Ahora eran «discípulos». Valiéndose de Stg. 5:16 insistían en que los fieles confesaran sus pecados a otros miembros de la iglesia, algo que alimenta un sistema de chismes que permite a los líderes controlar al grupo. Sus cultos incluyen mucha confesión de pecados los unos a los otros, hasta las cosas más insignificantes como «Te pido perdón por no haberte saludado esta mañana cuando entré».
Advertidos por estas señales y algunas otras, indagamos acerca de su estudio bíblico que nos había parecido tan admirable. Resultó ser que lo hacían para agradar al líder de su grupo de discipulado y para no perder la salvación. El motivo de hacerlo para mantener comunión con Dios, para conocer a Dios de manera más profunda o para estar conformados a la imagen de Cristo, no había pasado por sus mentes. Finalmente notamos que estudiaban sólo las porciones de la Biblia proporcionadas por los líderes de la iglesia.
3. La prueba social. El tercer elemento que debe existir en la vida de un creyente o grupo con la verdad es la palabra ágape, el amor de Dios (1 Juan 2:9–11; 4:7–8). La esencia básica de este amor se encuentra en 1 Juan 3:16:
«En esto hemos conocido el amor, en que él [Jesús] puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos»
Es evidente que yo no puedo redimir a alguien muriendo por él porque yo también soy pecador. Jesucristo es el único que puede efectuar la redención eficaz. Sin embargo, existen mil maneras en que puedo «poner mi vida» por los hermanos.
Consideremos el siguiente versículo:
«Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?» (1 Juan 3:17)
Si alguien tiene una necesidad (una verdadera necesidad, no un mero deseo) y yo tengo lo que ese alguien necesita —ya sea tiempo, comida, dinero, transporte, un talento, una habilidad, u otra cosa —debo hacer lo posible por suplir esa necesidad.
La prueba social entonces es: ¿Existe esta clase de amor en el grupo? Usemos discernimiento al investigar este tema en particular. Ciertos grupos tienen la apariencia de «amor» y hablan mucho de ello, pero tal amor no está de acuerdo con la verdad de la Biblia; por otra parte, el amor de Dios siempre va de la mano de la verdad (Ef. 4:15). En realidad ese amor de las sectas es un «amor» egocéntrico y superficial, o son actos de caridad a fin de ganar el favor de Dios (o apaciguar la ira divina). No aman a su prójimo como a sí mismos (Gá. 5:13–14) y no se cumple lo que Cristo manda en Mateo 5:44 en cuanto a bendecir a los que nos maldicen, hacer bien a los que nos odian y orar por quienes nos hacen daño. Todo lo contrario, maldicen a quienes perciben como enemigos.
A veces escuchamos al ex miembro de una secta declarar que en nuestras congregaciones no ha podido encontrar las mismas amistades profundas que gozaba en la secta. Por un lado eso demuestra una gran falta en nuestras iglesias, la necesidad de profunda koinonía entre los hermanos en Cristo. Por otro lado, a veces no será posible igualar «la calidez y el cariño» que sentían en la secta sin violar principios bíblicos.
En cierta instancia, por ejemplo, una dama que vino a nuestra congregación confesó inquieta que anhelaba entablar amistades tal como tenía antes. En la secta a la que había pertenecido, todos vivían en la misma calle. Criaban a los chicos en conjunto. Dormir con la esposa de otro no era considerado pecado con tal de que no lo hicieran por pura pasión. Incluso al líder se le permitía acostarse con la mujer de su antojo. Esta clase de relaciones «profundas» no se puede ni se debe igualar.
En otro caso, un hombre finalmente decidió apartarse del grupo sectario pero su esposa, por temor al infierno, decidió quedarse. Le aconsejaron a la esposa que se divorciara de él por ser «apóstata». Conclusión: para continuar con el matrimonio el hombre tendría que volver a la secta —y lo hizo.
Otra pregunta que toma en cuenta la prueba social es ¿existe en ese grupo amor al cuerpo de Cristo en general? ¿Se anima a los feligreses a participar en eventos con otras iglesias evangélicas, o hay una tendencia a condenar a los demás grupos? Por otra parte, ¿hay amor por los inconversos? ¿Está la iglesia participando en la gran comisión con conversiones a Cristo (Mateo 28:18–20), o está haciendo proselitismo entre miembros de otras iglesias?2 La Gran Comisión a la iglesia es «hacer discípulos» (Mateo 28:19–20), ser testigos de Cristo (Hechos 1:8), ser embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20), predicar la Palabra (Ro. 10:14–15; 2Timoteo 4:2) a fin de convencer a los que no conocen al Salvador en forma personal a que se conviertan a El. Jamás es separar a los creyentes de sus iglesias haciéndolos dudar de su salvación afirmando que su grupo es el único con la verdad.
Quién los oye
Finalmente, hay otra cuestión que Juan hace resaltar: «Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error» (1 Juan 4:5–6). El apóstol nos insta a preguntarnos quiénes están escuchando a ese grupo o a su líder. Por más religioso que sea un grupo, si enseña doctrina falsa, es «del mundo». La pregunta que surge, entonces, es: la mayoría de los cristianos maduros que conozco, ¿están de acuerdo con este grupo? ¿O acaso quienes forman la mayor parte de esa congregación son los inmaduros, los que son arrastrados por el viento y echados de una parte a otra (Santiago 1:6)?[1]
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